Libro el monstruo del arroyo pdf




















Y as con muchas otras cosas. Los robos, por dar otro ejemplo, se hicieron ms comunes, y castigarlos ms difcil. Como la polica se negaba a patrullar de noche -por miedo al monstruo-, algunos ladrones audaces se dedicaban a saquear gallineros y despensas, y los robos, siempre, eran atribuidos al monstruo del arroyo, que al parecer ya no se contentaba con las ofrendas que se le hacan. Uno de ellos se llamaba Pedro Basabilvaso. Era un chico de unos once aos que haba nacido en Los Tepuales y que desde siempre haba vivido con su ta Cata.

Como todos en el pueblo crea sin dudar en la existencia del monstruo del arroyo pero, a diferencia de la mayora, senta una enorme curiosidad y muchas veces, antes de dormir, se haba jurado que algn da juntara el valor suficiente para entrar en La Margarita. Quizs porque no tena la suerte de haber sido criado por sus padres, se senta un poco raro como el monstruo, se deca a s mismo y tambin le pareca.

El otro nio, nia, para ser precisos, era una nueva vecina de Los Tepuales. Se llamaba Maril y si bien vena de Buenos Aires, donde los monstruos no existen ms que en el cine y la televisin, muy pronto crey en la existencia del fabuloso habitante del arroyo, al que se imaginaba chorreando un agua verde y pegajosa, espantoso como uno que haba visto en un video.

A Maril, que tambin tena once aos, le toc sentarse en el mismo banco del sexto grado al que iba Pedro y all se hicieron amigos.

Los padres de la nia, una pareja de mdicos que venan a hacerse cargo del dispensario del pueblo, estuvieron encantados de que Maril se hiciera un amigo nuevo, pues tenan miedo de que su hija extraara demasiado la ciudad, y aunque no crean en la existencia del monstruo, solan invitar a Pedro a merendar con ellos y cada vez le pedan que narrara alguna de las muchas historias que se contaban en el pueblo sobre el terrible ser.

No haca ms de dos meses que se haban hecho cargo del dispensario y ya estaban cansados de que cada vez que algo fallaba, el intendente o su inseparable secretario de Prensa se encargaran de achacarle la culpa al monstruo.

Si no llegaban los medicamentos a tiempo no era porque en la Intendencia hubieran olvidado los trmites correspondientes sino porque el engendro haba interceptado el envo; si la ambulancia no estaba disponible no era porque la estuviera usando alguno de los colaboradores, sino porque se estaba utilizando para perseguir al monstruo, y as hasta el hartazgo: todos los problemas del dispensario, como los dems problemas del pueblo, tenan que ver con el fantstico habitante de La Margarita.

Por eso a Ral se le ocurri que la nica forma de terminar con los problemas era terminar con la leyenda, es decir, dejar en claro de una vez y para siempre lo que l daba por descontado: que no exista ni haba existido nunca ningn monstruo, ni en el arroyo, ni en la casona abandonada, ni en el bosque de La Margarita, l le demostrara al pueblo entero que el nico y verdadero lugar donde habitaba el monstruo era en la fantasa de los tepualenses.

El dispensario que atendan Marta y Ral estaba abierto de lunes a viernes hasta que anocheca, y los sbados a la maana. El domingo era el da de descanso de los dos mdicos, as que el pap de Maril pens que lo mejor era tomarse toda la tarde del sbado para preparar la inspeccin a La Margarita.

Pensaba salir al atardecer para entrar en la estancia abandonada momentos antes de que oscureciera, pues no quera que en el pueblo a nadie le quedaran dudas y por eso, la semana anterior a ese sbado, se dedic a comentarles a todos sus pacientes y vecinos cules eran sus planes. Como es de suponer, la voz corri enseguida y el sbado al medioda una gran cantidad de tepualenses lo escolt desde el dispensario hasta su casa, testigos silenciosos de lo que para ellos era casi un suicidio.

El que quiera acompaarme, que venga. Aunque sea para las fotos. Pero, claro, nadie aceptaba. El mdico tena planeada una expedicin completa, llevaba abrigo para pasar toda la noche en la estancia, y carg, tambin, una linterna poderosa y una cmara de fotos con la que pensaba registrar cada parte de la casona, que segn crea, estaba completamente vaca.

A lo sumo habr ratas deca sonriendo pero no se preocupen; llevo un machete para los pastizales, y para defenderme. A los tepualenses no les gustaba nada lo que Ral estaba preparando. Por un lado, sentan que el mdico les tomaba el pelo, que se burlaba de sus creencias, y eso era cierto. Por otro, haba unos cuantos que teman sinceramente por su vida y otros ms, que no eran pocos, por perder las ventajas que conseguan de la existencia del monstruo. Adolfo y Jos, los granujas, se limitaron a repetirle al mdico las descripciones ms horribles del monstruo, pero los colaboradores del intendente fueron ms lejos.

Impidmosle ir deca el secretario de Transportes, que el intendente dicte un decreto y a otra cosa. No podemos le responda el secretario legal. El medicucho ese est en su derecho. Pero invade propiedad privada!

No es delito si lo hace en beneficio de la ciencia, como dijo se lamentaba el secretario de Agricultura. Algo hay que hacer! Slo el intendente permaneca callado. Ni siquiera pareca preocupado. La secretaria de Cultura, al darse cuenta del raro silencio de su jefe, lo increp: Seor dijo la gorda mujer, pomposamente, esto no conviene a los altos intereses de Los Tepuales, a sus ciudadanos No piensa usted hacer nada?

No hay que desesperar dijo con tono misterioso, ya algo se har. Mientras tanto, Ral terminaba los preparativos. Maril haba insistido durante toda la semana para que su padre la llevara, pero ste no acceda y Marta, a pesar de sus creencias cientficas, estaba de acuerdo. De pronto, ante las advertencias de los vecinos y las descripciones de los granujas, le haba entrado un poco de miedo, aunque prefera no preocupar a su marido y no le deca nada.

Pedro, en tanto, ayudaba en lo que poda, yendo y viniendo por la casa de su amiga, y aunque en el fondo no le faltaban ganas de acompaar a Ral, tampoco le faltaba temor y se contentaba colaborando dentro del pueblo, y no en la temida estancia.

Al fin empez a bajar el sol y Ral mont en su bicicleta, con la mochila en los hombros, una gorra de lana en la cabeza y una amplia sonrisa que pareca decir lo que estaba pensando: All voy, monstruo, a no encontrarte.

A medida que el sol del crepsculo enrojeca el camino de tierra que iba del pueblo a La Margarita, Ral, pedaleando en su vieja bicicleta, apuntaba en su cabeza cada uno de los pasos que deba dar para que la expedicin fuera un xito rotundo. Para empezar, necesitaba sacar fotos, muchas fotos. Llevaba la cmara colgando del cuello, preparada con un rollo de 36 fotos color, y tena otro en un bolsillo de la chaqueta, junto con el flash, pues las imgenes no deban dejar la menor duda.

El segundo punto era anotar todas y cada una de las cosas que valieran la pena, pues si de una expedicin cientfica se trataba era indispensable contar con un diario de viaje. Los puntos tercero y cuarto tenan que ver con su subsistencia. Pero l no haba protestado por eso, pues saba que era una de las formas que tena su esposa de demostrarle su cario. El punto quinto consista en hacer un croquis detallado del casco de la estancia y sus alrededores y para eso Maril le haba llenado la mochila con cartulinas, lpices de colores y hojas de calcar, y el punto sexto tena ms que ver con su regreso que con la expedicin misma: Ral pensaba aprovechar el medioda del domingo para pararse en la plaza frente a la Intendencia y hacer all un relato detallado de todos sus descubrimientos o, mejor dicho, sus no descubrimientos , as Los Tepuales se convenca de una vez por todas de que en La Margarita no haba ningn monstruo.

Pensando en todo esto, Ral pedale hasta la cerca semicada donde an se lea el nombre de la estancia. All se baj de la bici, la pas por sobre las maderas y entr.

Oscureca y se haba levantado un viento leve que mova las hojas de los eucaliptos haciendo un ruido como de cortinas y a Ral, aunque no lo quera reconocer, le entr un poco de miedo. Pero sigui. Slo una casa vieja, casi cada, sin ms misterios. Ral sac las primeras fotos y despus entr. En la entrada misma tuvo la primera sensacin desagradable; algo le toc la cara, como acaricindolo y Ral contuvo un grito y retrocedi, manoteando: haba tropezado con una enorme tela de araa. Se sacudi los restos de la tela y sigui avanzando.

De pronto un chistido lo detuvo, y luego varios ms; antes de que llegara a reaccionar, el estrpito de unos aleteos le pas por sobre la cabeza y Ral vio cmo una bandada de murcilagos abandonaba los techos para irse a buscar comida en el bosquecito. Ral apunt la linterna hacia el techo, despus al piso y saltando unos escombros continu su camino.

Al fondo de lo que alguna vez fue la cocina de la casa le pareci ver un amontonamiento de lea y hasta all se dirigi. Para su sorpresa se encontr con unos leos que haban sido usados haca muy poco; dedujo entonces que quizs algn vagabundo haba pasado por la casa y luego se haba ido.

Sac cuatro o cinco fotos con flash, limpi un rincn de la vieja cocina y acomod la bolsa de dormir. Poco a poco el sueo lo fue venciendo. Todava no haba amanecido cuando algo le roz un hombro, despertndolo.

Ral tard un instante en recordar dnde se encontraba, luego manote la cmara y apunt el objetivo hacia el rincn de la lea, de donde le pareca que llegaba un ruido. El flash lo ceg por un momento y junto con el clic le lleg un gruido, casi como un ladrido, y unos pasos fuertes.

Entonces tuvo miedo. Con cuidado carg las cosas en la mochila y sali al patio. All recapacit. Un animal, seguramente, se dijo. Mene la cabeza, contrariado, y ya empezaba a volver cuando otra vez oy el gruido y esta vez s corri hasta la bicicleta, subi como pudo y apenas iluminado por la luz de la luna pedale hasta la cerca sin darse vuelta, y de la cerca al pueblo a una velocidad como nunca haba conseguido en su vida.

Recin en las calles desiertas del pueblito recuper la calma y dej de pedalear. Resopl, descontento consigo mismo. Quizs era un zorro, o un pobre perro vagabundo, pens. Volvi a resoplare haba portado como el ms miedoso de los tepualenses. Era increble. Voy a volver, dijo casi en voz alta. Si no vuelvo, nunca me lo voy a perdonar. Decidido, pis un pedal y bole la pierna sobre la bicicleta.

En ese momento la noche pareci carsele encima, y ya no supo nada. Marta dio una vuelta otra ms en la cama y suspir. Era intil seguir acostada: estaba claro que esa noche no podra dormir. Se levant y fue, una vez ms, hasta la ventana que daba a la calle, desde donde se imaginaba, all lejos, a La Margarita. Suspir otra vez. Tena miedo. Su marido estaba all, seguramente a salvo -quiso convencerse- y ella tena que ser como l, valiente y segura.

No haba, no poda haber, ningn monstruo en la estancia del arroyo. Antes del medioda volvera Ral, con una sonrisa triunfal, y les demostrara a todos y especialmente al intendente que no haba nada de qu preocuparse en La Margarita; y que de una vez por todas deban preocuparse, eso s, por los problemas de Los Tepuales. Tambin a la nia le haba costado dormirse. Marta la arrop, le dio un suave beso en la mejilla y se dirigi una vez ms a la cocina, a calentarse otro caf.

En ese momento golpearon las manos. Marta se asom a la ventana y la taza se le escap de entre los dedos temblorosos para hacerse aicos contra el piso: all afuera, casi colgando entre los brazos de los dos placeros, estaba Ral, y pareca lastimado. En un santiamn estuvieron dentro de la casa.

Los placeros intentaban explicar lo que haba pasado, pero Marta no los escuchaba, atenta tan slo a su marido, que tirado en el silln de la sala se quejaba y se tomaba la cabeza lastimada, manchada de sangre.

El monstruo decan los dos placeros, mire que le dijimos que no fuera. Poco a poco Ral fue reaccionando. Dej de quejarse y mir a los dos hombres, sorprendido. Dnde estn mis cosas? Habrn quedado en La Margarita respondi uno de los hombres. No, no puede ser. Yo las tena cuando entr al pueblo.

Lo encontramos tirado cerca de la entrada. No llevaba nada. Y la bicicleta? Y la cmara? No sabemos, nosotros bamos al trabajo y usted estaba ah tirado. No haba nada de nada. Me robaron. Me robaron todo exclam Ral, intentando pararse. Shh, Ral, qudate quieto, por favor lo tranquiliz Marta. Seora, nos tenemos que ir dijeron los placeros. Usted perdone, pero el doctor es un porfiado. Bastante barata la sac. Ahora que no venga con que lo robaron.

Con todo el ruido, Maril se despert y entr en la sala. Su padre la tom en brazos y Marta se sent junto a los dos. Los placeros, aprovechando el momento, saludaron y se fueron. Ral solamente tena un golpe, que pareca dado con un palo. Marta le limpi la herida, le sirvi un caf y esper la explicacin.

Por fin, Ral habl. Me da vergenza decirlo, pero me acobard, sub a la bicicleta y hu. Cuando llegu al pueblo reaccion. Me estaba por volver a subir a la bici para regresar, cuando me golpearon. Ests seguro de que no fue el monstruo, pa? Ahora no tengo pruebas, pero estoy seguro. En La Margarita no hay ningn monstruo. La macana es que con lo que pas, en vez de aclarar las cosas, todo lo que voy a lograr es que los vecinos estn todava ms convencidos de que s hay un monstruo en el arroyo.

Ral no se equivocaba. Antes del medioda todo el pueblo saba lo que haba pasado y el intendente en persona, con su secretario de Prensa y la secretaria de Cultura, se encargaron de ponerle el broche al asunto. Primero hicieron una declaracin en la plaza y despus se dirigieron a la casa de los mdicos.

Doctor, perdone la visita sin aviso, pero era nuestra obligacin dijo el intendente con su tono ms pomposo, apenas Ral le abri la puerta. Las cosas son distintas aqu, como usted puede ver, aunque antes no nos haya credo.

Hasta hemos pensado en llamar al ejrcito. Por favor, qu ejrcito ni qu ocho cuartos! A mi marido lo robaron en el pueblo! El secretario sonri. Clmese, doctora. Comprendemos su turbacin. Todo va a solucionarse, qudese tranquila. Ahora hay que tener paciencia. Eso s, si el pueblo no les gusta, ya saben, siempre se puede solicitar un traslado. Marta abri la boca, plida de furia.

Iba a gritar otra vez, pero su marido le apret suavemente un hombro y ella entendi. Est bien dijo Ral. Los tres funcionarios saludaron y se fueron. Apenas la puerta qued cerrada, Marta solt el estallido que se haba guardado: Ral, se van as, tan como si nada! Est bien, Mar le respondi Ral. Por ahora van ganando, no hay que desesperarse. Perdimos esta batalla, pero ya tendremos otra oportunidad.

Tambin en La Margarita esa noche hubo ajetreo. Igual que a Marta y a Ral, al monstruo la noche se le haba hecho muy difcil. De naturaleza tmida, y hasta temerosa, las visitas eran de las cosas que menos le gustaban. Por eso, apenas Ral entr en la estancia, el monstruo, contra su costumbre, se refugi en el viejo armazn del auto a esperar all que el extrao se fuera. Pero la noche pasaba muy lenta, el fro se haca sentir cada vez ms y el hombre no pareca dispuesto a irse de la casa, por lo que el monstruo se vio obligado a dejar su guarida y lentamente se meti en la cocina, buscando abrigo.

Fue en ese momento cuando, sin querer, roz la bolsa de dormir de Ral y lo despert; la reaccin del visitante, completamente inesperada para l, al principio lo asust tanto que slo atin a.

Guiado por esa curiosidad corri detrs de la bicicleta, escondindose entre los rboles del bosquecito primero y ocultndose en las sombras despus, hasta llegar a las puertas mismas de Los Tepuales. All se detuvo y ya empezaba a volverse cuando vio que el extrao tambin se detena. Los perros, quin sabe por qu razn, no lo ladraron y el monstruo aprovech el silencio para acercarse un poco ms. Ral haba vuelto a subir a la bicicleta cuando el sorprendido monstruo vio cmo otros dos hombres se acercaban al distrado ciclista por detrs, y uno de ellos levantaba un garrote y lo golpeaba, hacindolo caer.

Para no largar uno de sus raros ladridos, el monstruo contuvo el aliento y se alej, a la carrera. Ya no quera ver ms. No le gustaban m el pueblo ni sus habitantes. Despus de verlos actuar de ese modo, en su precaria mente de animal salvaje se form un pensamiento, algo as como una decisin: por mucho que la curiosidad lo empujara, l hara lo imposible por no volver a ese horrible lugar, donde lo corran los perros y los hombres se golpeaban entre s.

Si el o los invasores deseaban volver, el monstruo no estara a la vista. Como cualquier otro animal, l saba muy bien que una guarida descubierta es automticamente una guarida que ya no sirve; por eso, sin haber dormido siquiera unos momentos, dedic el resto de la noche a trasladar sus pertenencias ms queridas a un nuevo escondite, unos cuantos metros ms all de la cocina. Llev los palos de las hogueras, las piedras con las que haba aprendido a hacerse el fuego, una manta gruesa y unos cueros de vaca que lo abrigaban y algo ms, un objeto ruidoso y colorido que sola hacerle compaa por las noches.

Un sonajero, simplemente. Slo que el monstruo, claro est, no saba de qu se trataba, ni tena la menor idea de cmo haba llegado a sus manos.

El fracaso de la expedicin de Ral no cambi el modo de pensar del mdico, ni el de Marta, su seora, aunque s modific muchas cosas en el pueblo. Para empezar, entre los funcionarios del Municipio comenz a correr una voz que muy pronto se traslad a todo el pueblo: El monstruo decan es peligroso. Debemos tomar urgentes medidas de segundad; prepararnos para defendernos de sus ataques y, tambin, para capturarlo. Toda Los Tepuales estaba estremecida con estos rumores.

Se opinaba a favor y en contra, pero nadie se mantena indiferente. Algunos pensaban que lo mejor era no innovar: si al monstruo se lo dejaba tranquilo -. Ms vala, para estos tepualenses miedosos, seguir encerrndose por las noches y soportar, de tanto en tanto, travesuras como la de los tubos de gas. Otros, en cambio, crean que la iniciativa de enfrentar al monstruo era muy buena.

Dentro de este grupo estaban los que proponan llamar a la gendarmera o al ejrcito y otros, ms valientes, decan que lo mejor era organizar escuadrillas de vigilantes mientras se preparaba a los ms jvenes para tomar la estancia por asalto.

Y por ltimo se opinaba que era suficiente armar una buena defensa preventiva, una defensa que mantuviera al monstruo a raya sin arriesgar la vida de nadie. En el Municipio se escuchaban las voces de los tepualenses y cada funcionario haca la interpretacin que crea ms conveniente para el intendente y su grupo.

Por fin, el intendente se decidi y tom una resolucin que hizo pblica por la emisora del pueblo. Ral y Marta, escuchando la radio, temblaron con el anuncio. Si no importaban los costos era, seguramente, porque una parte importante ira a parar a los bolsillos del intendente y sus colaboradores. Lo cierto es que ms all de las sospechas de algunos, la obra cont con el apoyo de casi todo el pueblo.

Unas extraas y enormes mquinas que decan Made in Twamn -nadie saba qu era ni dnde estaba Twamn- fueron instaladas en las entradas de Los Tepuales, en la plaza principal y en las cercana de la cancha de Defensores de Los Tepuales, el club ms grande del pueblo.

El secretario de Obras habl entonces desde la nica tribuna de la cancha. Su discurso, lleno de trminos tcnicos, fue muy aplaudido, aunque nadie entendi gran cosa. Lo nico que quedaba ms o menos claro era que las costossimas mquinas eran una especie de tramperas gigantes accionadas electrnicamente. Mientras todo este movimiento se realizaba, Pedro y Maril tambin vieron sus vidas modificadas.

Pero el ms grande de todos los cambios era, sin duda, el de Marta. La madre de Maril estaba tan indignada con la reaccin del intendente y sus colaboradores, que pas del temor por lo sucedido a Ral a una irrevocable decisin, ella ya no saba si en realidad haba un monstruo en el arroyo, pero no descansara hasta comprobarlo personalmente.

Y como estaba convencida de que Ral se haba equivocado al contarle a todo el pueblo sus planes, ella hara todo lo contrario. Nadie, ni siquiera su familia, sabra de su plan hasta despus de que lo hubiera cumplido.

La oportunidad le lleg a Marta un jueves a la noche. Despus de mucho insistir, Maril haba conseguido que sus padres le dieran permiso para quedarse en la casa de Pedro y a Ral lo haban venido a buscar desde un campo vecino, por un pen accidentado. Marta sinti que era el momento. La casualidad o la suerte le haban puesto por delante el camino del arroyo y ella estaba decidida a tomarlo.

Antes de salir le escribi a Ral una nota, explicndole que a ella tambin la requeran por un enfermo, y aunque no le gustaba mentir, pens que era mejor no preocupar a su mando. Luego sali, llevndose tan slo una linterna y una gruesa chaqueta de cuero. Con eso deba bastarle.

Le dio risa, y bronca a la vez, que los tepualenses aceptaran semejante estafa. La mquina era un armatoste inservible cuya nica utilidad era la de permitir que los gobernantes del pueblo se llevaran un poco ms de dinero fcil. Pensando en la estafa no pudo resistirse a la tentacin y agachndose a unos pasos de la mquina recogi una piedra y se la lanz con todas sus fuerzas, con tanta puntera que la piedra entr limpiamente por una especie de ventana que tena el armatoste y, luego de rebotar vanas veces en su interior, puso el artefacto en funcionamiento.

Esto era lo ltimo que Marta hubiera deseado. Viendo cmo una especie de mano metlica sala de la caja y pareca barrer el piso a su alrededor, Marta corri a esconderse entre unos arbustos. Esperaba que la sirena del mecanismo -que segn decan estaba conectada a la Intendencia- pronto despertara a los miembros de la segundad y stos llegaran en unos instantes.

Pero nada: el tiempo corra y ni los funcionarios ni la guardia especial que se haba creado para capturar al monstruo aparecieron por el lugar. Sinti alivio porque su plan poda continuar, pero a la vez se le redobl la bronca: acababa de comprobar una nueva estafa del intendente. Todava resoplando sali del escondite y empez a caminar. En ese momento percibi el aullido. La mquina ya se haba parado y no emita ruido alguno, y lo que Marta haba escuchado no poda provenir de un perro.

Con cautela encendi la linterna y avanz paso a paso hacia el lugar de donde le pareca que haba llegado el largo y desafinado ladrido. Busc con el haz de luz y entonces vio surgir detrs de una piedra una figura torpe que se bamboleaba entre las sombras. Pareca un oso, un gran oso peludo. Marta quiso gritar, pero el susto le haba quitado la voz.

El monstruo camin unos pasos hacia ella y cuando al fin la pudo ver con claridad, retrocedi. Pareca tan asustado como la misma Marta. En un instante se meti de nuevo en la oscuridad y se perdi de vista. Lentamente, la mam de Maril reaccion.

Apag la linterna y volvi caminando hasta su casa. Iba pensando en el camino lo que despus se repetira en la cocina, mientras se calentaba un t: El monstruo existe! Pero no puede ser muy malo, al menos no con semejante cara de asustado. La noche de su encuentro con el monstruo fue muy larga para Marta. Saba que no podra dormirse y ni siquiera hizo el intento de meterse en la cama. Calentndose el estmago con t y masticando de puro nerviosa unas galletas duras, la joven doctora esper a su esposo.

Ral lleg cuando ya amaneca. Traa cara de haber dormido poco y mal y se encontr con la sorpresa de ver a Marta esperndolo en el comedor, completamente vestida y como si estuviera a punto de salir.

Qu pasa, Marta? Sintate, Ral le contest su mujer, tomndolo de la mano y llevndolo hasta el silln de la sala. Tengo que decirte algo. Pas algo con Maril? No, nada de eso. Qudate tranquilo. Lo que pas es que esta noche sal. Y vi al monstruo. Que vi al monstruo. Ral sonri. No me cargues. Te hablo en serio confirm Marta. Ral la mir a los ojos. Conoca bien a su esposa y se dio cuenta de que hablaba muy en seno. Pero l no crea en el monstruo.

Escchame, Martita le dijo abrazndola, te habr parecido, sabes. Ella no lo dej terminar. Se zaf del abrazo y se levant, enojada. Te digo que lo vi! Y si no me vas a creer, no te cuento nada. Volvi a abrazar a su mujer y la tranquiliz. Est bien. Sintate y cuntame, dale. Marta le cont toda la historia, sin olvidar ningn detalle. Su salida de la casa, la nota que le dej escrita, el piedrazo a la mquina y, por supuesto, todo lo que sinti al ver al monstruo.

Hizo una descripcin lo ms precisa que pudo, aclarndole a su mando que estaba oscuro y no poda ser demasiado exacta. De lo que estoy segura le dijo sirvindose el ensimo t es que no es ni de cerca como contaron Adolfo y Jos. Para nada. Yo no le vi garras, ni colmillos. Es peludo, eso s, y muy grande. Tiene unos ojos enormes. Y tena cara de asustado! Ral escuchaba en silencio, cada vez ms sorprendido. De pronto se le ocurri una idea. No sera un oso, Mar? Marta volvi a enojarse. Ral se dio cuenta y se disculp.

S, supongo que sabes muy bien cmo es un oso. Pero qu quieres Marta se ri. Se abrazaron. En ese momento entr Maril que, inslitamente, ese da haba madrugado. Ejem, buen da!

Los tres se sentaron en el silln. Ral mir a Marta por sobre la cabeza de Maril y le hizo una sea con las cejas, como dicindole ojo, por ahora no le digamos nada. Marta acept, tambin con un gesto. Sin embargo, Maril ya haba notado que algo raro pasaba. Tena, como tienen todos los chicos, una especial intuicin para saber lo que los padres no quieren que sepan. Los mir a los dos y siguiendo esa intuicin de nia hizo como que no se haba dado cuenta de nada y se fue a su cuarto.

Marta se despidi de su esposo, que tena que ir al dispensario, y le pidi que la cubriera por un rato. Pensaba acostarse un par de horas para despus ir a trabajar ms descansada. Maril la vio dirigirse a la pieza y fue tras ella. Apenas la madre se meti en la cama, entr. Qu pas anoche? Nada, Maril. Ah, s, vinieron a buscar a tu padre para atender a un accidentado.

Nada ms? Marta se rindi. No poda -ni quera mentirle a su hija. S, algo ms pas. Pero no se lo cuentes a nadie, s? Maril corri a sentarse en la cama y escuch el relato.

Cuando Marta termin, Maril la abraz con fuerza y le dio un gran beso. Eres re-valiente, mami! Marta sonri, contenta. Ahora durmete, ma, yo voy a hacer unos deberes dijo la nena y volvi a su cuarto.

Se sent en el escritorio, abri las carpetas, tom un lpiz y empez a hacer garabatos. No poda concentrarse. Ahora era ella la que tena una idea. Necesitaba un ayudante, era indispensable que hablara. S -se dijo resuelta-, ahora mismo tengo que hablar con Pedro. No bien Maril comprob que su madre se haba dormido, sali de la casa en silencio y se dirigi a lo de su amigo.

Para su alegra la ta Cata haba salido a hacer las compras y los dos se pusieron cmodos en la cocina: Pedro sentado sobre la mesada, comiendo un sndwich, y Maril yendo y viniendo a lo largo de la angosta cocina, incapaz de detener su entusiasmo.

Mi mam me lo confirm, Pedro deca la nia. El monstruo existe! Qu -am- novedad -am-! Bueno, pero yo no estaba segura. Y ahora s.

Hoy los tepualenses hemos vencido Entre dos oficiales llevaron al monstruo hasta la camioneta de los bomberos y en ella lo trasladaron al pueblo. Tomada de las manos de sus padres caminaba entre ambos con la cabeza baja y en silencio. Tenemos que hacer algo. Mira, Marta. No hay tiempo que perder. Es un peligro. O algo peor. Los secretarlos lo siguieron hasta la guardia de la Intendencia. Al verlo dormido los funcionarios se quedaron boquiabiertos. Los periodistas se le fueron encima: estaba claro que no iban a conformarse con tan poca cosa.

Los periodistas estaban decepcionados. Dos de ellos, casi de prepo, se metieron en la casa. Por ahora no deben recibir al periodismo.

Nosotros los cuidaremos. El monstruo necesita ayuda. Los grandes dieron media vuelta. Poco a poco la fueron rodeando. Todos hablaban a la vez, preguntaban, opinaban, gritaban. Hasta los del secundario se callaron. Ahora el silencio era total.

La sorpresa era enorme, impresionante. En 92 Pelusa 79 minutos el plan estaba terminado. Eran una veintena de chicos decididos. Mientras, en su despacho de la Municipalidad, el intendente parlamentaba con los funcionarios.

Por la avenida principal, a pie, en bicicletas, en patines y patinetas, los veintitantos chicos de la plaza se acercaban sin hacer ruido. Poco a poco se pusieron en marcha. La idea de Pedro era realmente muy buena.

Sin perder un instante los secretarias y al jefe en persona bajaron hasta la guardia. El intendente dio la orden final. Lo subimos al auto, y a otra cosa. Los secretarios sonrieron, seguros. Vamos, que no hay nadie. Pero se equivocaba, claro.

Las luces fueron bajando. Details if other :. Thanks for telling us about the problem. Return to Book Page. Guillermo De Gante Illustrator. Marili y Pedro son companeros de escuela en Los Tepuales, pueblo de provincia donde, segun la leyenda, habita en el casco abandonado de la estancia La Margarita un ser monstruoso. El terror de algunos, la incredulidad de otros, el oportunismo de las autoridades locales y la curiosidad de los chicos, dan lugar a una historia atrapante.

Una de las novelas mas conocidas e int Marili y Pedro son companeros de escuela en Los Tepuales, pueblo de provincia donde, segun la leyenda, habita en el casco abandonado de la estancia La Margarita un ser monstruoso. Una de las novelas mas conocidas e interesantes de Mario Mendez con un final que te sorprendera. Get A Copy.

Paperback , pages. More Details Original Title. Other Editions 4. Friend Reviews. To see what your friends thought of this book, please sign up. To ask other readers questions about El monstruo del arroyo , please sign up. Be the first to ask a question about El monstruo del arroyo. Lists with This Book.

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